“…LO SEINTO, PERO NOS VAMOS”
Esas eran las palabras con las que se cerraban cinco años de su vida.
Allí estaba él, sentado en la penumbra de la sala de estar junto a una botella de cerveza y apurando un cigarrillo, con la mirada fija en la nota que había recogido horas atrás de la puerta del frigorífico, donde estaba colocada sujeta por uno de los imanes de animales que compraron en la pequeña tienda situada a escasos metros del portal de su casa, concretamente por el del elefante que tanta gracia les había hecho en su día. La miraba como queriendo memorizarla, analizando cada trazo de la tinta todavía fresca sobre la hoja de papel amarilla arrancada de la libreta de Eva. Mientras daba un largo sorbo a la botella se preguntaba el por qué de lo que había sucedido, como estuvo tan ciego de no darse cuenta de lo que estaba pasando, se levantó y cruzó el pasillo que separaba la sala de estar y el comedor, pasó frente a la puerta abierta de la habitación, no entró, se quedó en el umbral de la puerta desde donde podía ver los cajones y las puertas del armario abiertos, sus ojos se perlaron de lágrimas y continuó andando hasta llegar al salón, entró y se dirigió al balcón, el cual estaba cerrado, apoyó su frente contra el frío cristal, su respiración lo empañó haciendo borrosa la visón de la calle libre de tránsito e iluminada por las farolas, las cuales le daban su toque anaranjado a esa calle tan desangelada . Y ante esa visión borrosa solo una pregunta le asaltaba la mente ¿por qué?
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