El caparazón se vuelve a cerrar, 
guardando en su interior el fruto que he sembrado 
y recogido a lo largo de veintiocho años, 
deja fuera de su interior alegría e ilusión, 
y me encierra bajo sus gruesos muros para mí, 
pero  que son  paredes tan frágiles para algunos 
que ni si quiera las ven.
 
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