Me encuentro sentado en una fría sala de espera, la butaca de plástico no es más cómoda de lo que parece, junto a mí un hombre rechoncho se atusa el cabello mientras mira el reloj.
Ante mí está la puerta de cristal esmerilado, el cual impide ver el trasiego del interior de la consulta. Junto a la puerta hay una pequeña ventanita de cristal que me llega por la cintura, en ella se puede leer escrito a bolígrafo “no llamar espere su turno”.
Espero en mi asiento pacientemente mi llamada mientras escucho en mi mp4 unas cuantas canciones.
Ya llevo en esta sala casi media hora, hoy se retrasan más de lo normal, el hombre rechoncho ya se ha levantado un par de veces y ha paseado de manera nerviosa por el pequeño pasillo a la izquierda de los asientos iluminado por el tubo fluorescente.
Echo mano a mi bolsillo y de él saco mi pequeña cartilla rosa, la despliego en sus tres partes. Recorro con la mirada las múltiples columnas en las que se pueden leer las anotaciones hechas a mano por ELLA y las casillas de la fecha y la hora, hoy es Febrero y ya no me acuerdo de cuando empezó esta rutina.
Ya son las nueve, de pronto oigo girar el pomo de la puerta, ésta se abre y una mujer menuda de pelo corto y gafas de pasta, vestida con la típica bata blanca, repasa la lista de pacientes que lleva en la mano derecha, se ayuda de su dedo índice, lo mueve de arriba abajo hasta que encuentra el nombre adecuado, levanta la vista del folio y llama al paciente, es el hombre rechoncho que sonríe nervioso mientras se acerca a paso apresurado hacía ella, entra en la consulta y tras ellos se cierra la puerta. Yo sigo manoseando mi cartilla.
Ya son más de las nueve ….Hoy se retrasan más de lo normal.
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