Me tomo un respiro y me detengo.
Apoyo la espalda en el muro de granito, observo el ajetreo a mí alrededor.
El día es caluroso teniendo en cuenta la fecha en la que estamos.
Pasa frente a mí un hombre con un traje azul marino portando una cartera de piel marrón, el cual se mueve a con un paso tan acelerado que está a punto de chocar con una pareja que camina en dirección contraria a la suya, estos se apartan y el chico se queda mirándolo durante unos segundos, su acompañante lo agarra por el brazo y siguen su camino mientras él masculla una serie de improperios que no puedo oír, pero me los imagino.
Una mujer de mediana edad que viste una chaquetilla de punto está esperando junto a la parada de autobús de las líneas 7, 23 y 15, mira el reloj con impaciencia mientras se aparta de la frente unos mechones de pelo que se le comienzan a pegar en la frente debido al sudor.
Un grupo de cinco jóvenes no mayores de dieciséis o diecisiete años pasan frente a mí, van vestidos con ropa de última moda, todos cargan una mochila y lucen un peinado similar, se mueven casi al unísono con un aire de arrogancia, un par de ellos hablan por el móvil otro parece estar buscando una canción en si reproductor de música de última generación, el cual luce de manera orgullosa, los otros dos parecen más interesados en mirarse en la cristalera de un escaparate.
Una chica de vestimenta oscura, me atrevería a decir que busca lograr una estética gótica, se mueve esquiva entre los viandantes, va con la cabeza mirando al suelo y agarra con fuerza el asa de una mochila-bandolera que cruza su pecho, pasa tan cerca de mí que puedo escuchar la voz del cantante que está interpretando un tema en su reproductor musical.
Echo mano a mi bolsillo del que saco un chicle sin azúcar de sabor fresa, me lo meto a la boca, me separo del muro y me tomo unos segundos más antes de proseguir mi marcha y unirme así al resto de personas que se mueven a mi alrededor.
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